En un documentado artículo, los profesores Bernhard Zimolong de la Universidad del Rhur, y Rüdiger Trimpop de la Universidad Friedrich Schiller, dan a conocer la evolución en la comprensión de la actitud de las personas frente a los riesgos y peligros. Interesante para tener una base teórica en el entendimiento del comportamiento preventivo.
En la percepción del riesgo cabe distinguir dos procesos psicológicos: la percepción del peligro y la valoración del riesgo. Saari (1976) define la información tratada durante la realización de una tarea en función de los dos elementos siguientes: a) la información precisa para realizar una tarea (percepción del peligro), y b) la información precisa para mantener los riesgos presentes bajo control (valoración del riesgo).
Por ejemplo, si un trabajador de la construcción que se ha subido en una escalera para abrir agujeros en una pared se ve obligado, simultáneamente, a mantener el equilibrio y coordinar los movimientos del cuerpo y de las manos, la percepción del peligro es vital para coordinar los movimientos corporales con objeto de controlar el peligro, al tiempo que la valoración consciente del riesgo es insignificante o nula. La actividad humana parece responder a un mecanismo automático de identificación de señales que desencadenan una secuencia de acciones flexibles, aunque escalonadas jerárquicamente.
Percepción del riesgo
Desde el punto de vista técnico, un peligro es una fuente de energía capaz de producir inmediatamente lesiones a los trabajadores o daños al equipo, a las estructuras o al medio ambiente. Por otro lado, los trabajadores pueden igualmente quedar expuestos a diversos agentes tóxicos, como los gases, los productos químicos o la radiactividad, algunos de los cuales pueden causar problemas de salud.
A diferencia de las energías peligrosas, que surten efectos inmediatos en el organismo, los parámetros temporales de las sustancias tóxicas son muy diversos y van desde los efectos inmediatos hasta los efectos a largo plazo, de meses o años. A menudo se produce un efecto acumulativo de las pequeñas dosis de sustancias tóxicas que resulta imperceptible para los trabajadores expuestos. Recíprocamente, las energías peligrosas y las sustancias tóxicas pueden resultar inocuas para las personas siempre que no exista peligro.
Peligro es la exposición relativa al riesgo. De hecho, la presencia de determinados riesgos puede suponer muy poco peligro si se han adoptado las precauciones adecuadas. Existen muchas publicaciones sobre los factores que se utilizan en la valoración de si una situación es peligrosa y, en caso de serlo, en la determinación del nivel de peligro. Esto es lo que se conoce como percepción del riesgo. (El término riesgo se utiliza aquí con el mismo significado con el que se emplea la voz peligro en los textos dedicados a la seguridad en el trabajo; véase Hoyos y Zimolong 1988.).
La percepción del riesgo está relacionada con la comprensión de las percepciones y los indicadores de riesgo y de sustancias tóxicas, esto es, a la percepción de objetos, sonidos y sensaciones olfativas y táctiles. El fuego, la altura, los objetos en movimiento, los ruidos intensos y los olores ácidos son algunos de los peligros más evidentes que no precisan interpretación. En algunos casos, las personas experimentan reacciones similares en su respuesta a los peligros inminentes.
Un episodio repentino de ruido intenso, pérdida de equilibrio o rápido aumento de la imagen de algún objeto (que, por tanto, parece a punto de golpear al observador) son otras tantas reacciones de miedo que desencadenan respuestas automáticas consistentes en saltar, escurrirse, aferrarse y huir. Otra reacción instintiva es la de retirar rápidamente la mano que ha estado en contacto con una superficie caliente. Rachman (1974) llega a la conclusión de que los mayores estímulos que producen miedo son los más novedosos, repentinos y de gran intensidad.
[pulledquote]Estudios señalan que el comportamiento preventivo es autónomo, pero que también es impuesto por la empresa y las leyes[/pulledquote]
Es probable que la mayoría de los riesgos y sustancias tóxicas no sean directamente perceptibles por los sentidos humanos, sino que se perciban a partir de ciertos indicadores. Ejemplos de estos son la electricidad; los gases incoloros e inodoros, como el metano y el monóxido de carbono; los rayos X y las sustancias radiactivas, así como las atmósferas pobres en oxígeno. Su presencia se debe indicar mediante el uso de dispositivos que traduzcan la existencia del peligro en una señal identificable.
La corriente eléctrica se detecta utilizando un dispositivo de control de la corriente, como los que se suelen utilizar en los contadores e indicadores colocados en los registros de las salas de control para indicar los niveles normales y anormales de temperatura y de presión en una determinada fase de un proceso químico. Existen igualmente situaciones en las que se producen peligros absolutamente inapreciables o que no se pueden percibir en un momento determinado. Un ejemplo de esto es el riesgo de infección al abrir frascos con muestras de sangre para realizar análisis clínicos. La percepción de la existencia de un peligro se adquiere a partir, bien de la experiencia personal, bien del conocimiento de las relaciones causales.
Evaluación de riesgos
El siguiente paso en el tratamiento de la información es la evaluación de los riesgos, que consiste en la aplicación del proceso decisorio a cuestiones del tipo de si una persona va a exponerse a un peligro y, en el caso afirmativo, el grado de exposición. Considérese el ejemplo de la conducción de un coche a gran velocidad. Desde una perspectiva personal, estas decisiones sólo se tienen que tomar en circunstancias imprevistas, como las urgencias. La mayor parte del comportamiento requerido por la conducción es automático y se desarrolla regularmente, sin necesidad de una atención extraordinaria ni de una evaluación consciente del riesgo.
Tanto Hacker (1987) como Ramussen (1983) aprecian tres niveles de comportamiento: a) comportamiento basado en la destreza, casi totalmente automático; b) comportamiento basado en las normas, que consiste en la aplicación de unas normas deliberadamente elegidas, aunque totalmente programadas, y c) comportamiento basado en el conocimiento, que abarca todas las modalidades de planificación deliberada y resolución de problemas.
En el comportamiento basado en la destreza, la información recibida se conecta directamente con una respuesta memorizada que se ejecuta automáticamente sin control ni reflexión algunos. Si no se dispone de una respuesta automática o si se produce un hecho imprevisto, el proceso de evaluación del riesgo pasa al nivel basado en las normas, en el que se extrae y ejecuta la respuesta adecuada de una gama de reacciones extraída de la memoria.
Cada paso responde a una dinámica perceptivomotriz perfectamente sincronizada, sin que, por regla general, intervenga en esta jerarquía organizativa decisión alguna basada en consideraciones de riesgo. Únicamente en las situaciones de transición se realiza un control condicional con el exclusivo objeto de comprobar si el proceso se desarrolla según lo previsto. En el caso contrario, se paraliza el control automático y el problema planteado se resuelve en un nivel superior.
En el modelo GEMS, de Reason (1990), se expone cómo la transición del control automático a la resolución consciente de los problemas se produce cuando se presentan situaciones extraordinarias o circunstancias imprevistas. La evaluación del riesgo no existe en el nivel inferior, pero puede estar plenamente presente en el superior.
En el nivel intermedio, se puede esperar alguna medida de evaluación rápida y aproximativa del riesgo, si bien Rasmussen excluye toda evaluación que no se ajuste a unas normas fijas. En la mayoría de los casos, no se produce una percepción o consideración consciente de los peligros como tales. Para Hale y Glendon (1987): “La falta de conciencia de seguridad es una situación normal y saludable, a pesar de lo que se ha dicho en innumerables libros, artículos y discursos. La conciencia permanente del peligro es una definición válida de la paranoia”. Quienes realizan un trabajo de forma rutinaria no suelen apreciar anticipadamente los riesgos de accidente; se corren riesgos, pero no se asumen.
Percepción del peligro
La percepción de los peligros y las sustancias tóxicas, considerada como percepción de formas y colores, intensidad y tono, olores y vibraciones, se ve limitado por la capacidad de los sentidos, que puede verse mermada de resultas de la fatiga, la enfermedad, el alcohol o las drogas. Agentes como el brillo, los destellos o la niebla pueden mermar gravemente la percepción, además de que, a veces, los peligros se pasan por alto por causa de una distracción o de una atención insuficiente.
Como se ha indicado anteriormente, no todos los peligros son directamente perceptibles por los sentidos humanos. La mayoría de las sustancias tóxicas ni siquiera son visibles. En su estudio de una planta de forja de hierro y acero, de los servicios municipales de recogida de basuras y de unos laboratorios farmacéuticos, Ruppert (1987) descubrió que sólo el 42% de los 2230 indicadores de riesgo citados por 138 trabajadores eran perceptibles por los sentidos.
El 22% de los indicadores (por ejemplo, los niveles de ruido) se valoraban mediante comparación con las normas. En el 23% de los casos, la percepción del peligro se basa en unos fenómenos claramente perceptibles que han de interpretarse en función de los conocimientos adquiridos acerca de las situaciones de peligro (por ejemplo, que la superficie brillante de un suelo húmedo denota que el mismo está resbaladizo). En el 13% de los casos, los indicadores de riesgo sólo son accesibles en la memoria de las medidas de prevención adecuadas (por ejemplo, que la existencia de corriente en un enchufe de pared sólo se puede detectar utilizando el dispositivo de control correspondiente).
Estos resultados demuestran que la complejidad de la percepción del peligro van desde la simple detección y percepción a los más complejos procesos inductivos de anticipación y evaluación. En ocasiones, la relación causal es equívoca o escasamente detectable, o bien se interpreta erróneamente, y los efectos acumulados o a más largo plazo de los peligros y sustancias tóxicas pueden imponer un esfuerzo adicional a las personas.
Hoyos y cols. (1991) han elaborado una relación exhaustiva de los indicadores de riesgo, los comportamientos necesarios y las condiciones de seguridad en la industria y los servicios públicos. Se ha elaborado un Cuestionario de diagnóstico de seguridad (CDS) que constituye una herramienta práctica de observación y análisis de los riesgos y peligros (Hoyos y Ruppert 1993).
Se ha evaluado más de 390 lugares de trabajo y las condiciones de trabajo y ambientales existentes en 69 empresas agrícolas, industriales, artesanales y de servicios. Dado que las empresas en cuestión sufrían unos índices de siniestralidad superiores a 30 accidentes por cada 1000 empleados, con un mínimo de tres jornadas de trabajo perdidas por accidente, parece observarse un sesgo en estos estudios hacia los lugares de trabajo más peligrosos.
En total, los observadores han informado de 2373 riesgos utilizando el SDQ, para una tasa de detección de 6,1 riesgos por lugar de trabajo, habiéndose detectado, asimismo, entre 7 y 18 riesgos en alrededor del 40% de los puestos de trabajo investigados. Esta tasa media, sorprendentemente baja, de 6,1 riesgos por puesto de trabajo se debe interpretar en el contexto de las medidas de seguridad que se han generalizado en la agricultura y la industria en los últimos veinte años. Entre los riesgos detectados no se incluyen los imputables a las sustancias tóxicas ni los controlables mediante dispositivos y medidas técnicas de seguridad, por lo que reflejan la distribución de los “riesgos residuales”.
En la figura 1 se ofrece un resumen de los requisitos de los procesos cognitivos de detección y percepción de riesgos. Como se observa en dicha figura, los observadores tenían que evaluar todos los riesgos presentes en un determinado puesto de trabajo en función de 13 requisitos. Como media, se detectaron 5 requisitos por riesgo, incluidas la identificación visual, la atención selectiva, la identificación auditiva y la vigilancia.
Como era previsible, la identificación visual predominaba sobre la auditiva (el 77,3% de los riesgos se detectaban visualmente, contra sólo un 21,2% que era objeto de detección auditiva). En el 57% del total de riesgos observados, los trabajadores tenían que dividir su atención entre la realización de sus tareas y el control de riesgos, situación que supone un serio esfuerzo mental capaz de provocar errores.
Se ha podido determinar que muchos accidentes se producen por causa de distracciones provocadas por atender a dos tareas. Más alarmante, incluso, resulta la comprobación de que, en el 56% de los riesgos, los trabajadores tenían que moverse rápidamente y reaccionar con agilidad para evitar lesiones. Sólo el 15,9% y el 7,3% de los riesgos se indicaban, respectivamente, mediante alarmas acústicas y ópticas; esto es, que la detección y percepción de los riesgos partía de la propia persona. Aunque en algunos casos (16,1%) la percepción de los riesgos se basa en señales y alarmas, los trabajadores suelen depender de sus conocimientos, su formación y su experiencia laboral.
En la figura 2 se indican los requisitos de anticipación y evaluación exigidos para el control de los riesgos en el lugar de trabajo. La característica básica de las actividades que se resumen en esta figura es la necesidad de poseer conocimientos y experiencia en los procesos productivos, incluidos el conocimiento técnico de pesos, fuerzas y energías, la capacidad para detectar defectos e insuficiencias en las herramientas de trabajo y la maquinaria, y la experiencia necesaria para detectar las deficiencias estructurales del equipo, el material y las instalaciones.
Como han demostrado Hoyos y cols. (1991), los trabajadores conocen mal los riesgos, las normas de seguridad y los comportamientos personales preventivos. Sólo el 60% de los trabajadores de la construcción y de los mecánicos del automóvil preguntados conocían la resolución correcta a los problemas de seguridad más frecuentes en sus respectivos puestos de trabajo. El análisis de la percepción de riesgos denota que en la misma intervienen diversos procesos cognitivos, como la percepción visual, la atención selectiva y dividida, la rapidez en la identificación y en la capacidad de respuesta, las estimaciones de los parámetros técnicos y las predicciones de los riesgos y peligros inobservables.
De hecho, los trabajadores desconocen con frecuencia los riesgos y peligros; estos suponen una pesada carga para quienes se ven obligados a prestar atención alternativamente a decenas de indicadores visuales y auditivos y que predisponen al error cuando el trabajo y el control de riesgos se realizan simultáneamente. Esto exige prestar mucha más atención al análisis e identificación sistemáticos de los riesgos y peligros presentes en el lugar de trabajo.
En varios países, la evaluación formal del riesgo en los lugares de trabajos es preceptiva. Por ejemplo, en las Directivas sobre salud y seguridad de la CEE se exige la evaluación del riesgo en los puestos de trabajo con ordenadores, tanto antes de iniciarse el trabajo en los mismos, como cada vez que se efectúe una modificación importante del sistema de trabajo; y la Administración para la Salud y la Seguridad en el Trabajo de Estados Unidos (OSHA) exige la realización periódica de análisis de riesgos en las unidades procesadoras.
Coordinación del trabajo y del control de riesgos
Como señalan Hoyos y Ruppert (1993); a) a veces es preciso atender simultáneamente al trabajo y al control de los riesgos; b) ambas funciones se pueden desempeñar alternativamente, en una secuencia de actos, o bien c) se pueden adoptar medidas de precaución antes de comenzar a trabajar (por ejemplo, el uso del casco de seguridad).
En caso de producirse exigencias simultáneas, el control del riesgo se basa en la identificación visual, auditiva y táctil. De hecho, no es fácil separar el trabajo y el control de los riesgos en la ejecución de tareas rutinarias. Por ejemplo, la tarea de cortar los hilos de la hilaza en una hilandería de algodón utilizando una cuchilla afilada, entraña un peligro constante. Las únicas protecciones posibles contra eventuales cortes consisten en la destreza en el manejo de la cuchilla y el uso de equipo protector. Para que ambas medidas resulten eficaces, se deben integrar plenamente en la secuencia de movimientos del trabajador.
Precauciones como la de realizar los cortes hacia fuera de la mano que sostiene el hilo se deben integrar en la rutina del trabajador desde el principio. En este ejemplo, el control de riesgos se integra plenamente en el control de la tarea sin que se precise un proceso independiente de control de riesgos. Lo más probable es que se produzca un proceso continuo de integración en el proceso de trabajo cuya intensidad está en función de la destreza del trabajador y de las exigencias de la tarea.
Por una parte, la percepción y el control de riesgos se integran absolutamente en la cualificación laboral; por otra, la ejecución de la tarea y el control de riesgos constituyen actividades perfectamente independientes. El trabajo y el control de riesgos se pueden realizar de forma alternativa, en una secuencia de movimientos, si, durante la ejecución de la tarea, el peligro potencial se incrementa gradualmente o se produce una repentina señal de alarma. Cuando esto ocurre, los trabajadores interrumpen el proceso o la ejecución de la tarea y adoptan medidas preventivas.
La verificación de un indicador es un ejemplo típico de prueba de diagnóstico. Un operador de una sala de control detecta en un indicador una desviación respecto al valor normal que, aunque a primera vista, no parece constituir una alarma grave de peligro inminente, impulsa al operador a verificar otros indicadores y contadores. Si se dan otras desviaciones, se ejecuta una rápida secuencia de operaciones de comprobación, que se desarrollan a nivel de decisiones basadas en las normas. Si las desviaciones constatadas en otros contadores no se ajustan a un esquema conocido, el proceso de diagnóstico deriva hacia el nivel basado en el conocimiento. En la mayoría de los casos a partir de distintas estrategias, se buscan activamente indicios y señales que permitan localizar las causas de las desviaciones (Konradt 1994).
Los recursos del sistema de control de la atención se desvían hacia la supervisión general. Una señal repentina del tipo de una alarma sonora o, como en el ejemplo anterior, la desviación de varios indicadores respecto a los valores normales, dirige el control de la atención hacia la cuestión concreta del control de riesgos. Se desencadena entonces una actividad dirigida a descubrir las causas de las desviaciones dentro del nivel basado en las normas, o bien, si esto no se logra, en el nivel basado en los conocimientos (Reason 1990).
El comportamiento preventivo constituye la tercera modalidad de coordinación del trabajo y el control. El ejemplo más destacado de esta actividad, que se produce antes de iniciarse el trabajo, es el empleo de equipo de protección individual (EPI).
Significados del riesgo
En los ámbitos de la economía, la ingeniería, la química, las ciencias de la seguridad y la ergonomía se han elaborado un número de definiciones del riesgo y de métodos de evaluación de los riesgos en la industria y en la sociedad en general (Hoyos y Zimolong 1988). El término riesgo ha sido objeto de muy diversas interpretaciones. En un sentido, se interpreta como “la probabilidad de que se produzca un hecho no deseado”. Esta definición expresa la probabilidad de que produzca algo indeseable.
Yates (1992a) ha formulado una definición más neutra del riesgo, aduciendo que debe considerarse un concepto multidimensional que globalmente se refiere a una posible pérdida. La geografía, la sociología, la antropología, la psicología y la ciencia política han contribuido sustancialmente a enriquecer nuestros conocimientos de la evaluación de los riesgos sociales. Aunque los estudios se centraron en un principio en la investigación del comportamiento humano frente a los peligros naturales, su perspectiva se ha ido ampliando para incluir el riesgo tecnológico.
La investigación sociológica y los estudios antropológicos han puesto de manifiesto que la evaluación y aceptación de riesgos se arraiga en consideraciones sociales y culturales. Short (1984) aduce que la respuesta a los riesgos está condicionada por los valores sociales transmitidos por los amigos, familiares, compañeros y dirigentes políticos respetados. La investigación psicológica de la evaluación de riesgos se originó en estudios empíricos de la evaluación de probabilidades, la evaluación de utilidad y los procesos de toma de decisiones (Edwards 1961).
La evaluación de los riesgos tecnológicos se centra en los daños potenciales, entre los que se incluye, tanto la probabilidad de que se produzca una pérdida como la magnitud de la misma en cuanto a muertes, lesiones o daños. El riesgo es la probabilidad de que un sistema sufra un determinado tipo de daños durante un período de tiempo especificado.
Se utilizan diversas técnicas de evaluación para satisfacer las distintas necesidades de la industria y la sociedad. Los métodos formales de análisis diseñados para evaluar los niveles de riesgo se han derivado de diferentes tipos de análisis de árbol de fallos, utilizando, bien unos bancos de datos en los que se incluyan las probabilidades de error, como THERP (Swain y Guttmann 1983), bien métodos de descomposición basados en valoraciones subjetivas, como el SLIM-Maud (Embrey y cols. 1984).
La capacidad de estas técnicas para predecir acontecimientos futuros del tipo de errores, accidentes e incidentes difiere sensiblemente de una a otra. Desde la perspectiva de la predicción de errores en los sistemas industriales, los expertos han logrado los mejores resultados con el THERP. En una simulación realizada por Zimolong (1992) se estableció una estrecha correlación entre las probabilidades de error derivadas objetivamente y las estimaciones derivadas utilizando el THERP.
Zimolong y Trimpop (1994) aducen que, si se realizan correctamente, tales análisis formales alcanzan la máxima “objetividad”, ya que en los mismos se distingue entre hechos y creencias y se toman en consideración los sesgos de apreciación. La sensación de riesgo de la población se basa en algo más que la probabilidad y la magnitud de la pérdida.
En efecto, puede estar en función de otras consideraciones, como la posible entidad del riesgo, el desconocimiento de las posibles consecuencias, la naturaleza involuntaria de la exposición al riesgo, la inevitabilidad del daño y el posible sesgo de la cobertura de los medios de comunicación.
La sensación de controlar una situación puede ser un factor de especial importancia. Muchos creen que volar es una actividad de alto riesgo, debido a que nadie puede controlar su integridad mientras vuela. Rumar (1988) llegó a la conclusión de que el riesgo percibido en la conducción de un coche suele ser bajo, dado que, en la mayoría de los casos, los conductores confían en su capacidad para controlar los riesgos y están acostumbrados a ellos.
Otros estudios se han centrado en las reacciones emocionales a las situaciones de riesgo. La posibilidad de incurrir en graves pérdidas desencadena una serie de reacciones emocionales, no todas las cuales son necesariamente desagradables. La línea divisoria entre el miedo y la excitación es muy tenue. Asimismo, uno de los factores determinantes de la percepción del riesgo y de las reacciones emocionales a las situaciones de peligro es, aparentemente, la sensación de control o de ausencia de control del sujeto. Por consiguiente, para muchas personas, el riesgo puede ser, simplemente, una sensación.
Toma de decisiones en situaciones de riesgo
La aceptación de riesgos puede ser el resultado de un proceso decisorio deliberado en el que intervienen diversas actividades: determinación de las posibles líneas de actuación, concreción de las consecuencias, valoración de la aceptabilidad y de las posibilidades de que se produzcan esas consecuencias, o decisión sobre la base de un conjunto de las evaluaciones anteriores.
La evidencia abrumadora de que las personas suelen tomar decisiones equivocadas en situaciones de riesgo implica la posibilidad de tomar decisiones más acertadas. En 1738, Bernoulli definió la noción de la “mejor apuesta” como la opción que optimiza la utilidad prevista (UP) de la decisión.
Según el concepto de la racionalidad fundada en la utilidad prevista, las personas deben tomar decisiones evaluando incertidumbres y ponderando sus opciones, las posibles consecuencias y las preferencias personales respecto a las mismas (von Neumann y Morgenstern 1947).
Posteriormente, Savage (1954) generalizó la teoría en el sentido de admitir el empleo de valores probabilísticos para representar probabilidades personales o subjetivas. La utilidad subjetiva prevista (USP) es una teoría normativa, descriptiva de cómo deben actuar las personas al tomar decisiones. Slovic, Kunreuther y White manifiestan (1974): “La optimización de la utilidad prevista es válida como pauta del comportamiento correcto, debido a que se infiere de unos principios axiomáticos que cualquier hombre racional asume”.
Gran parte del debate y de la investigación empírica se ha centrado en la cuestión de si esta teoría sirve también para definir, tanto los objetivos que inspiran en la práctica la toma de decisiones, como los procesos que estos aplican para llegar a una decisión. Simon (1959) critica esta teoría en la que la persona elige entre varias alternativas conocidas e invariables, cada una de las cuales lleva aparejadas unas consecuencias igualmente conocidas.
Algunos investigadores han llegado a preguntarse si las personas deben observar los principios de la teoría de la utilidad prevista y tras décadas de investigación las aplicaciones de la USP siguen siendo discutibles. Las investigaciones realizadas han puesto de manifiesto que los factores psicológicos influyen considerablemente en la toma de decisiones y que en el modelo de la utilidad subjetiva prevista no se toman suficientemente en consideración estos factores.
Específicamente, la investigación de los procesos de valoración y elección ha puesto de manifiesto que las personas tienen deficiencias metodológicas como la infravaloración de las probabilidades, el desprecio de la relevancia del tamaño de las muestras, la dependencia de experiencias personales engañosas, la valoración de los hechos con una certidumbre injustificada y la subestimación de los riesgos.
Las personas que han estado voluntariamente expuestas a riesgos durante largos períodos de tiempo, como las que han vivido en áreas expuestas a riadas o seísmos, suelen ser más propensas a subestimar los riesgos. En la industria se han registrado unos resultados similares (Zimolong 1985). Los mineros, guardagujas y trabajadores de la construcción tienden a valorar la peligrosidad de sus actividades habituales muy por debajo de la que se refleja en las estadísticas objetivas de siniestralidad; en cambio, suelen sobrevalorar cualquier peligrosidad evidente de las actividades realizadas por sus compañeros cuando se les pide una valoración de las mismas.
Lamentablemente, los juicios de los expertos parecen adolecer de muchos de los sesgos que aquejan a las opiniones del vulgo, en especial cuando se ven forzados a trascender los límites de los datos disponibles y fiarse de sus intuiciones (Kahneman, Slovic y Tversky 1982).
Los resultados de las investigaciones ponen igualmente de manifiesto que las discrepancias en cuanto a los riesgos no desaparecen por completo aunque se disponga de datos suficientes. Es difícil superar unos prejuicios arraigados que influyen en el modo de interpretar la información recibida con posterioridad. Los nuevos datos se valoran como fiables y útiles si son congruentes con nuestras opiniones previas; al tiempo que la información contradictoria con aquéllas se suele desechar por pretendidamente errónea, escasamente fiable o poco representativa (Nisbett y Ross, 1980).
En las personas que carecen de una opinión previa se suele producir, exactamente, la situación contraria y son fácilmente impresionables por la formulación del problema. En efecto, si una misma información relativa a los riesgos se presenta de modo diferente (por ejemplo, las tasas de mortalidad en lugar de las tasas de supervivencia), se modifica su percepción y se influye en su actuación (Tversky y Kahneman 1981).
El descubrimiento de esta serie de procesos mentales (heurística) que las personas aplican para ordenar su propio mundo y prever sus futuras líneas de actuación, ha permitido conocer en profundidad la dinámica de la toma de decisiones en situaciones de riesgo. Si bien estas reglas son válidas en muchas circunstancias, en otras generan importantes y persistentes sesgos que influyen sustancialmente en la evaluación de los riesgos.
La evaluación personal de los riesgos
El método más frecuentemente aplicado para estudiar cómo se realiza la evaluación personal de los riesgos se basa en el uso de escalas psicofísicas y de técnicas de análisis multivariantes con objeto de producir representaciones cuantitativas de las evaluaciones y actitudes frente al riesgo (Slovic, Fischhoff y Lichtenstein, 1980).
Numerosos estudios han demostrado que la evaluación del riesgo basada en juicios subjetivos es cuantificable y predecible. Dichos estudios han demostrado igualmente que el concepto de riesgo significa cosas distintas para distintas personas. Cuando los expertos evalúan el riesgo sobre la base de su experiencia personal, sus conclusiones se correlacionan íntimamente con las estimaciones técnicas de la tasa de siniestralidad anual.
En cambio, las evaluaciones del riesgo que realizan los legos se relacionan en mayor medida con otros aspectos, como el potencial de producción de daños o la amenaza para las generaciones futuras, lo que hace que sus estimaciones de las posibilidades de que se produzcan pérdidas suelan desviarse de las que realizan los expertos.
Según Slovic (1987), en la evaluación de riesgos que los legos realizan en situaciones de peligro intervienen dos factores, uno de los cuales es la medida en que las personas comprenden el riesgo. La comprensión de un riesgo está en función de la medida en que el mismo resulta observable, es conocido por las personas expuestas y es inmediatamente detectable.
El otro factor tiene que ver con la medida en que el riesgo suscita un sentimiento de temor. El temor es una función del grado de inevitabilidad, de graves consecuencias, de exposición a serios riesgos para las generaciones futuras y de incremento involuntario del riesgo. Cuanto mayor es el valor que este último factor recibe en la evaluación del riesgo, mayor es el deseo de las personas de reducir el riesgo actual y mayor es, asimismo, su exigencia de que se promulguen normas estrictas que produzcan la deseada reducción del riesgo.
Por consiguiente, los puntos de vista divergentes de los expertos y de los legos, derivados de definiciones dispares del riesgo, son fuente de no pocos conflictos. En estos casos, la remisión de los expertos a las estadísticas de riesgos o a los resultados de las evaluaciones técnicas de los riesgos no logran modificar las actitudes y valoraciones de la gente (Slovic 1993).
La explicación del riesgo en función de los “conocimientos” y las “amenazas” nos lleva de nuevo al análisis realizado previamente en esta sección de las señales de riesgo y de peligro en la industria, que se han examinado desde la perspectiva de la “perceptibilidad”. El 42% de los indicadores de riesgos industriales son directamente perceptibles por los sentidos humanos, otro 45% de indicadores se interpreta mediante comparación con los valores normales, y el 3% recurre a la memoria.
La perceptibilidad, el conocimiento y las amenazas y emociones creados por los riesgos constituyen realidades estrechamente vinculadas a las experiencias personales de riesgo y al control percibido; sin embargo, para llegar a comprender y predecir el comportamiento individual frente al peligro es preciso profundizar en el conocimiento de su relación con la personalidad, las exigencias de las tareas y las variables sociales.
Las técnicas psicométricas parecen ser perfectamente idóneas para determinar las similitudes y diferencias entre grupos por lo que respecta, tanto a las actitudes, como a los hábitos personales de evaluación de riesgos. Sin embargo, otros métodos psicométricos, como el análisis multidimensional de los juicios sobre similitud de riesgos, aplicados a unos grupos de riesgos bien diferenciados, generan representaciones distintas. El método de análisis factorial, aunque instructivo, no permite en absoluto una representación universal de los riesgos.
Otra deficiencia de los estudios psicométricos consiste en que en las mismos las personas afrontan los riesgos en descripciones escritas en las que la evaluación del riesgo difiere del comportamiento real en las situaciones de riesgo efectivas. Los factores que influyen en las estimaciones de la evaluación personal de los riesgos en los experimentos psicométricos pueden ser irrelevantes en comparación con los riesgos reales.
Howarth (1988) sugiere que este conocimiento intelectual suele reflejar unos determinados patrones sociales. Por contra, las reacciones de aceptación de riesgos en un contexto laboral o de tráfico están regidas por el conocimiento intuitivo que subyace en todo comportamiento cualificado o rutinario. La mayoría de las decisiones personales que se adoptan en la vida cotidiana en relación con los riesgos no son en absoluto conscientes.
Por regla general, las personas no tienen siquiera conciencia del riesgo. Por contra, la noción implícita de los experimentos psicométricos se presenta como una teoría de la elección consciente. La evaluación de riesgos que se realiza comúnmente mediante un cuestionario tiene un carácter deliberado de estudio teórico. Sin embargo, en muchos sentidos, las reacciones personales en situaciones de riesgo provienen en la mayoría de los casos de unos automatismos adquiridos que se sitúan por debajo del nivel general de conciencia.
Normalmente, las personas no evalúan los riesgos, por lo que no puede aducirse que su forma de evaluar los riesgos sea imprecisa y deba mejorar. La mayoría de los actos relacionados con el riesgo se ejecutan necesariamente en el nivel profundo del comportamiento automático, en el que, sencillamente, no hay lugar para considerar los riesgos.
La idea de que los riesgos, identificados después de producirse los accidentes, se aceptan al cabo de un análisis consciente, podría provenir de una confusión entre la utilidad subjetiva prevista y los modelos descriptivos (Wagenaar 1992). Se prestaba menos atención a las condiciones en que las personas reaccionan automáticamente, se guían por sus impulsos profundos o aceptan la primera opción que se brinda.
Sin embargo, existe un amplio consenso, tanto en la sociedad, como entre los profesionales de la salud y la seguridad, en el sentido de que la aceptación del riesgo es un factor causante de percances y errores. El 90% de una muestra representativa de ciudadanos suecos de entre 18 y 70 años de edad se mostró de acuerdo en que la aceptación del riesgo es la causa principal de accidentes (Hovden y Larsson, 1987).
Comportamiento preventivo
Las personas pueden adoptar medidas deliberadas de prevención para evitar los riesgos, atenuar la intensidad del peligro o protegerse mediante la adopción de determinadas precauciones (por ejemplo, mediante el uso de casco y gafas protectoras).
Frecuentemente, la dirección o la legislación vigente obligan a los trabajadores a tomar medidas de protección. Por ejemplo, los techadores colocan un andamio antes de ponerse a trabajar en un tejado, con objeto de protegerse contra posibles caídas. Esta decisión puede resultar de un proceso consciente de evaluación del riesgo y de la capacidad individual de previsión o, más sencillamente, puede ser el resultado de un proceso de habituación o, incluso, de una obligación legal.
Los avisos se suelen utilizar para recordar las medidas preventivas impuestas por la ley. Hoyos y Ruppert (1993) han examinado diversos tipos de actividades preventivas, algunas de las cuales se indican en la figura 3, conjuntamente con la frecuencia con que son requeridas.
Como se ha comentado anteriormente, el comportamiento preventivo es autónomo en parte y, en parte también, viene impuesto por la dirección de la empresa y por imperativo legal. En la prevención se incluyen algunas de las medidas siguientes: planificación previa de los procesos y operaciones de producción; uso de equipo de protección individual; aplicación de técnicas de seguridad en el trabajo, elección de unos métodos de trabajo seguros, basados en el empleo de los materiales y herramientas idóneos; fijación de un ritmo de trabajo adecuado, e inspección del equipo, las instalaciones, la maquinaria y las herramientas.
José Davila dice
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Seguridad Minera dice
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