[Editorial] Durante la última década, uno de los avances en la minería peruana ha sido la disminución de los accidentes en las operaciones mineras. Tanto en las minas de tajo abierto y subterráneas como en las plantas de procesamiento mineralúrgico, se está viviendo la seguridad con intensidad.
El índice de accidentabilidad –aquel que combina la frecuencia de lesiones con tiempo perdido y la severidad de las lesiones- cayó de 8,11 en el año 2006 a 1,66 en el 2016. Es el fruto de cumplir la legislación vigente, pero también de internalizar la seguridad como un valor. Sin embargo, a la luz de los accidentes mortales ocurridos el año pasado y en las primeras semanas del presente, esa reducción no es suficiente.
El desprendimiento de rocas y los derrumbes, los tipos de accidentes más recurrentes, siguen siendo motivo de preocupación de empresas y fuente de dolor en las familias de los accidentados. Lo mismo se puede afirmar de los accidentes por operación de maquinaria, tránsito, caída de personas y gaseamiento, entre otros. Solo el desprendimiento de rocas representó el 20% de los accidentes mortales en el 2016 en la gran y mediana minería metálica.
Debemos reconocer la necesidad de ser implacables en la disciplina organizacional. No hay trabajo bien hecho si no es con seguridad, a lo que debemos agregar la mecanización de las operaciones. Desde la gerencia y supervisión hasta los colaboradores de las empresas mineras, contratistas y conexas, debemos concentrar la atención en los riesgos y aplicar los controles a profundidad.
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