En la antigua Grecia, Zeus era el Dios del trueno, el relámpago y el rayo con los cuales eliminaba a sus enemigos. Hoy, aunque los dioses griegos ya no se veneran, los fenómenos metereológicos siguen causando estragos entre los mortales.
El cuerpo humano es una máquina bioeléctrica, polarizada eléctricamente y toda la actividad electromagnética del entorno le afecta. Cada impacto de rayo genera una radiación o pulso electromagnético peligroso para las personas; así, el cuerpo humano sufre cambios de sus ritmos biológicos normales, pudiendo ser afectado el sistema nervioso y cardiovascular.
Recibir el impacto directo de un rayo es casi sinónimo de muerte, el cuerpo y especialmente el cerebro no están preparados para las quemaduras que produce; el cuerpo aumenta repentinamente en un grado su temperatura y el cerebro se ve fuertemente afectado a ese cambio; además, se produce un paro cardíaco y casi siempre un paro respiratorio debido al shock.
Una persona a la que le ha caído un rayo no porta una carga eléctrica que pueda electrocutar a otras personas. Si la víctima está quemada, se debe administrar los primeros auxilios y evacuar al servicio médico de emergencia inmediatamente.
Se debe buscar quemaduras donde el rayo entró y salió del cuerpo.
Si el rayo provoca que el corazón y la respiración de la víctima se detengan, se debe administrar resucitación cardiopulmonar hasta que sea atendida por los profesionales médicos.
¿Cuáles son los efectos físicos más comunes?
En el cuerpo humano, la electricidad de la descarga toma el camino de la menor resistencia; el rayo debería seguir principalmente la superficie de la piel, porque lo normal es que se encuentre más húmeda por el sudor, o mojada por la lluvia.
Pero también el interior del cuerpo humano con sus órganos vitales, es recorrido por una parte del rayo, que suele dejar una señal en el lugar de salida y, en menor medida, en el de entrada.
Junto a las marcas de quemaduras, como consecuencia de una caída más o menos directa de un rayo, pueden aparecer otras lesiones. Si el afectado tiene pulso y está respirando, se debe examinarlo para ver si tiene quemaduras en el lugar donde el rayo entró y salió del cuerpo. Estar alerta, también, para ver si tiene pérdida del sentido, daños en el sistema nervioso, alteraciones en el ritmo cardíaco, convulsiones, parálisis y otros trastornos neurológicos.
Además, pueden presentarse quemaduras en la piel, rotura del tímpano, lesiones en la retina, pérdida de la audición o la vista, caída al suelo por onda expansiva, caída al suelo por agarrotamiento muscular, lesiones pulmonares y lesiones óseas, huesos fracturados y estrés postraumático. En ocasiones, sobreviene la muerte por paro cardíaco, paro respiratorio o lesiones cerebrales.
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