Errare humanum est, sed perseverare diabolicum. Agustín de Hipona
Los seres humanos somos naturalmente falibles, el error forma parte indiscutible de nuestras vidas con demasiada frecuencia, en demasiadas ocasiones, en demasiadas cuestiones, en demasiadas acciones u omisiones: al ver las cosas, al oírlas, al recordarlas, al valorarlas, al pensarlas, al calcularlas. El caso es errar. Si es hombre podemos estar seguros de que cometerá errores, y nadie puede estar por completo a salvo de ello.
El mundo laboral lógicamente también está inmerso en esta realidad, todos cometemos errores y también lo hacemos en nuestro puesto de trabajo. Pero los errores no siempre son inofensivos éstos tienen siempre sus consecuencias. En torno al 80% de los accidentes de trabajo se dice que están relacionados de alguna u otra forma con errores de personas.
En general, si analizamos la tipología de los errores en relación con la seguridad laboral podemos afirmar que existen dos grandes tipos de actos inseguros: en un primer grupo podríamos incluir al conjunto de conductas inseguras causadas por errores de percepción, entendiendo percepción en sentido amplio como fallas de nuestra consciencia:
- Pueden existir peligros que no se ven, que no se oyen o algunos en que no sea para nada fácil recordar su mera presencia. “No lo vi…”
- Pueden existir peligros que no se ven por la existencia de una cierta confusión mental: una equivocación, una creencia errónea, un juicio erróneo de alguna cosa. “Yo pensaba que…”
- Pueden existir peligros que no se ven por mero cansancio, distracción u olvido ¡Me despisté!
- Pueden existir peligros que no se ven por falta de conocimientos técnicos: “No sabía que eso era así …”
En una segunda categoría, muy diferente a la anterior se encuentran las acciones imprudentes. En este caso la conducta de riesgo se produce no por una falta de percepción sino por una minusvaloración del riesgo en sí mismo; el riesgo se ve pero es tolerado movido quizás por el autoengaño de la falacia de wishful thinking, confundiendo deseos con la realidad: no habrá problemas, solo un poco, otros hacen lo mismo.
Errar es humano, pero más lo es culpar de ello a otros. Baltasar Gracián
En primer lugar, como paso previo es necesario aceptar la entidad misma del problema, no verlo como algo residual propio de sujetos individuales, sino como algo verdaderamente sustancial en sí mismo, caeríamos en simplificaciones excesivas tratando de unir en un mismo esquema al sujeto que comete el error, y al sujeto que sufre el accidente, ¿la víctima puede ser causa de su propio accidente? ¿No estaríamos culpabilizando a la víctima del accidente mismo que padece: por ser despistado, por no ver la señal, por haberse equivocado de camino, en definitiva por hacer cosas propias de humanos? Además con independencia de nuestra naturaleza falible, las empresas tienen la obligación de garantizar la seguridad y salud de todos sus trabajadores previendo las distracciones o imprudencias no temerarias que se pudieran cometer.
Frente a la idea de la seguridad como virtud moral la cual tiene poco recorrido para la acción preventiva, hay entender la seguridad como el estado resultante de una configuración situacional. Si un trabajador manifiesta una conducta peligrosa es porque existe un ambiente, una estructura situacional que marca las condiciones de posibilidad para que esas conductas se expresen y lo hagan de ese modo. Y es aquí donde tenemos que centrar todo nuestro campo de actuación, pues es el ambiente cultural es el que marca las condiciones de posibilidad de las conductas que en él se puedan expresar, teniendo siempre presente que el hombre es ante todo un animal simbólico.
Un ejemplo de este que acabo de decir lo podemos derivar del famoso experimento realizado en 1969, en Universidad de Stanford (EEUU), y que dio lugar posteriormente a la teoría de los cristales rotos. En el experimento se dejaban dos vehículos iguales abandonados, uno en el Bronx (zona pobre y conflictiva en aquella época) y otro en Palo Alto (zona rica y tranquila). El resultado es que en pocas horas el coche abandonado en el Bronx fue vandalizado y el de Palo Alto se mantuvo intacto.
No obstante, el experimento no finalizó ahí. Cuando el auto del Bronx llevaba una semana totalmente deshecho y el de Palo Alto intacto, los investigadores rompieron un cristal del automóvil de Palo Alto y el resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx, y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre.
La enseñanza se puede extraer del experimento, tiene que ver con el carácter simbólico de un simple vidrio roto, que puede transmitir una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación y esto va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que vale todo. Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos cada vez peores se vuelve incontenible, desembocando en una violencia irracional. Esta teoría se aplicó con éxito para la mejora de la seguridad del metro de Nueva York.
Por tanto si queremos evitar conductas de riesgo quizás el primer paso deba ser algo tan simple como despejar de papeles nuestras mesa, prestar atención a la limpieza de los vehículos, fijarnos en los pequeños incumplimientos que muchas veces pasamos por alto, generando entre todos un ambiente de máximo respeto a la norma: contratas, subcontratas, y clientes deben tener presente el importante poder simbólico contenido en un simple cristal roto, en una simple brida abandonada en el suelo, en un simple equipo deteriorado por mínimo que sea, teniendo presente que son esas pequeñas acciones las que pueden ser suficientes para generar grandes cambios.
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