En la exposición inicial de la Jornada de Seguridad Minera del ISEM, el ingeniero civil mecánico Ernesto Ponce López —doctor en Ingeniería Industrial, Ph. D. en Ciencias Ambientales y académico de la Universidad de Tarapacá— ofreció, según sus propias palabras, «un resumen sin mayores pretensiones» de los problemas sanitarios que afectan a los trabajadores de la gran minería chilena.
Ponce comenzó por el polvo en suspensión, el enemigo silencioso que desencadena silicosis. Recordó que sus síntomas —tos persistente y disnea— aparecen años después de la exposición, cuando el daño pulmonar es irreversible. Al polvillo de sílice sumó la neumoconiosis del carbón, aún frecuente en faenas subterráneas del sur del país. Luego se detuvo en los humos diésel y en las voladuras que liberan anhídrido sulfuroso, hollín y metales pesados; en soldaduras de acero inoxidable, precisó, el cromo y el níquel hexavalentes generan microesferas inferiores a una micra que atraviesan los filtros respiratorios convencionales y favorecen la hemociderosis y el cáncer pulmonar.
El siguiente punto crítico fueron las vibraciones mecánicas: taladros, martillos neumáticos y otras herramientas transmiten microtraumas a manos, codos y hombros, producen atrofias musculares, lesiones nerviosas y el síndrome mano-brazo. Igual de dañino resulta el manejo inadecuado de cargas; levantar más de cinco kilos con la espalda recta, sin flexionar rodillas, termina en lumbalgias, hernias discales y ciáticas que obligan a licencias prolongadas.
El pasaje más sobrecogedor fue la descripción de los riesgos asociados a la radiación ionizante. Ponce narró un episodio ocurrido en talleres universitarios donde se realizaban gamografías industriales a pocos metros de aulas separadas por un muro de 20 centímetros. Esa práctica provocó, dijo, una veintena de muertes —la mayoría por cáncer de páncreas— debido al alcance de los rayos gamma, que puede llegar a quinientos metros, y a la falta de blindaje de plomo y de operadores entrenados.
El ruido industrial, con niveles que superan holgadamente los 85 decibelios, completa el cuadro fisiológico: pérdida auditiva, taquicardia, alteraciones digestivas, insomnio y un incremento de dos a tres veces en la incidencia de patologías cardíacas, según el ponente. A esas afecciones físicas se suman depresión, agotamiento y estrés crónico derivados de la distancia con la familia, los turnos extensos en altura y la presión por alcanzar metas de producción. El rango de mayor vulnerabilidad, advirtió, se concentra entre los cincuenta y los sesenta años; en los casos extremos, la espiral desemboca en suicidio.
Para revertir esta situación, Ponce subrayó la necesidad de diagnósticos actualizados, equipos de protección que filtren nanopartículas, protocolos estrictos frente a la radiación y, sobre todo, un clima laboral empático donde supervisores y compañías matrices tomen en serio los primeros indicios de estrés o depresión. «No cualquiera está preparado para la minería; exige fortaleza física y mental sobresaliente», concluyó. Recordó que los accidentes, las ausencias y el bajo rendimiento también son una carga para la empresa.
Aspectos más relevantes del diagnóstico
Los riesgos respiratorios emergen como la amenaza más insidiosa. La silicosis, causada por la inhalación de partículas de sílice, representa un problema particularmente grave porque sus síntomas aparecen cuando el daño pulmonar ya es irreversible. La descripción de las microesferas de cromo y níquel hexavalentes, menores a una micra y capaces de atravesar filtros convencionales, revela la sofisticación de algunos contaminantes modernos.
El caso de radiación ionizante que relata Ponce es especialmente alarmante. La descripción de gamografías industriales realizadas sin protección adecuada, que resultaron en múltiples muertes por cáncer, ilustra las consecuencias devastadoras de protocolos de seguridad deficientes. Que los rayos gamma puedan alcanzar hasta 500 metros subraya la necesidad crítica de blindaje y capacitación especializada.
Dimensión psicosocial del problema
La integración que hace Ponce entre riesgos físicos y psicológicos es particularmente valiosa. El vínculo entre ruido industrial y patologías cardíacas (incremento de 2-3 veces), junto con los efectos del aislamiento familiar y la presión productiva, muestra cómo los factores ambientales y organizacionales se potencian mutuamente. La identificación del grupo etario 50-60 años como especialmente vulnerable sugiere un patrón de desgaste acumulativo.
Propuestas de solución
Las recomendaciones de Ponce apuntan tanto a mejoras tecnológicas (equipos que filtren nanopartículas, protocolos de radiación) como a cambios organizacionales (clima laboral empático, detección temprana de estrés). Su énfasis en la preparación física y mental requerida para el trabajo minero reconoce la naturaleza excepcional de estas demandas laborales.
La exposición del Dr. Ponce evidencia que la seguridad minera requiere un enfoque sistémico que combine tecnología avanzada, protocolos rigurosos y una cultura organizacional que priorice genuinamente la salud de los trabajadores por encima de las metas de producción.
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