Uno de los implementos indispensables para el trabajo en las operaciones mineras subterráneas son las lámparas para cascos. No podía ser de otra manera, pues no existen condiciones de iluminación natural en los frentes de trabajo ni en las galerías donde transita el personal.
El uso de las lámparas mineras es tan antiguo como la minería misma. Según los historiadores de la lampistería, en 1815 nace la lámpara de seguridad en las explotaciones mineras. Sir Humphry Davy construyó la primera lámpara de rejilla de cobre fruto de sus investigaciones de accidentes mineros por explosiones de grisú. El problema de estas lámparas era su baja luminosidad. En 1839, el Dr. Clanny presentó un nuevo modelo que añadía entre la rejilla y el depósito un cristal, lo que permitía una buena iluminación y un aumento de la seguridad.
A lo largo del siglo XIX se mejoran estas lámparas protegiendo la rejilla con coraza, instalando doble rejilla, instalando cierres magnéticos con sistemas de autoencendido y sustituyendo el aceite por bencina. En 1918, Tomás Edison diseña la primera lámpara de casco basada en una batería de almacenamiento eléctrico, motivado por las trágicas explosiones en las minas subterráneas de carbón.
Desde entonces, todas las lámparas de casco se caracterizan por un pequeño reflector que se engancha en el casco del minero, unida por un cable a una batería que se lleva colgada en el cinturón. En los últimos modelos se incluyen diversos tipos de circuitos electrónicos para aumentar la seguridad. Además, la tecnología ha permitido cada vez más reducir el peso y tamaño de las baterías haciéndolas más ligeras y cómodas de transportar.
Sin interesar la magnitud de las empresas mineras y de sus operaciones subterráneas, todas ellas requieren de lámparas que se adapten al tipo de labor a realizar y las condiciones ambientales del área de trabajo. Claro está que no es lo mismo utilizar este dispositivo sólo para visitar por un breve lapso una labor minera o para trabajar jornadas completas. También es diferente utilizarlo en pequeñas galerías como en amplísimos socavones. Tampoco lo es si se utiliza en zonas secas o en interior de mina con abundante escurrimiento de agua.
Según la Enciclopedia de Seguridad y Salud en el Trabajo, existen dos fuentes de iluminación en minería subterránea: fijas y móviles. Sobre la primera se señala que «la tendencia en materia de iluminación de minas es utilizar fuentes de iluminación más eficientes, del tipo de las de descarga de alta intensidad (HID), vapor de mercurio, haluro metálico, y sodio a alta presión y a baja presión». En el caso de fuentes móviles, «se utilizan lámparas de casco fluorescentes, en su mayoría de filamento de tungsteno alimentadas con batería (bien de tipo ácido de plomo o bien de níquel-cadmio)».
A partir de ambas fuentes, la variedad de tipos de lámparas es amplia y su selección debe permitir un trabajo eficiente al operador. Es imprescindible esta herramienta para trabajar con confianza a lejos de la superficie. En ese sentido, seguir puntualmente las recomendaciones del fabricante, para el buen uso y mantenimiento, es una tarea que deben cumplir quienes se responsabilizan de suministrar el casco minero en cada jornada.
Finalmente, el Reglamento de Seguridad y Salud Ocupacional en Minería señala que las lámparas a emplearse deben estar «en perfecto estado de funcionamiento y protección debiendo garantizar una intensidad luminosa mayor o igual a 2500 lux a 1.2 metros de distancia en interior mina durante toda la guardia, con un mínimo de doce (12) horas continuas de uso» (artículo 350).
Artículo publicado en Seguridad Minera Nº60 por ISEM
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